Club de Intercambios y Relaciones

"El Lechero"

    
  
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

En atención al, cada vez más numeroso, grupo de amigos cubanos, iniciamos esta página de "Mi Tierra" con una monografía sobre “El Lechero”, primer ferrocarril construido por los españoles en Cuba, y casi once años antes que se contruyera el primero en España.
Este artículo ha sido extraído de la revista PAISAJES desde el Tren (Marzo 1998). Texto: Antoni Orti, con la colaboración de Segunda Paradela y Javier Sule. Fotos: Javier Sule.
Animamos a todos los visitantes cubanos, que colaboren con nosotros ampliando este artículo, con sus experiencias, recuerdos, y fotografías. Así como, corregirnos en los errores, que se puedan producir en la redacción del mismo.

  

Allá en La Habana se dice que su lento caminar no agria nada ni a nadie, que su sonido se escucha dulce y cremoso y que tiene el color de la piel de los cubanos. Estamos de acuerdo, pero queremos añadir algo más: el primer tren que apareció en América Latina es, también, un estandarte cubano con más de siglo y medio de antigüedad. Y a él nos hemos subido para saber cómo es hoy aquel ferrocarril español que los habitantes de la isla bautizaron -vaya usted a saber por qué- como El Lechero.

El 19 de noviembre de 1837, bajo una lluvia torrencial, un gran monstruo de hierro rugió en La Habana. Su estruendo fue tal que, según cuentan los lugareños, los mosquitos que andaban cerca salieron zumbando sin probar el inigualable manjar que les brindaban los setenta pasajeros del tren, todos ellos ricos y azucarados hacendados, porque, claro está, el acontecimiento estuvo protagonizado por lo mejor alimentado de la isla. Las crónicas también cuentan que a los espectadores que vieron partir el tren "se les quedó la boca abierta al observar cómo la mole de hierro espiraba un humo tan negro y espeso que no habría podido igualar ni la fábrica de puros de Eduardo Vallador, aunque se hubiera incendiado entera". No es extraño, por tanto, que un total de nueve damas tuvieran que ser reanimadas a base de sales y que un esclavo aprovechara el bullicio para huir...

Esto es lo que sucedió, a grandes rasgos, aquel 19 de noviembre, fecha en la que El Lechero comenzaba su cansina andadura hacia Bejucal; 28 km. de recorrido, más de ocho horas de trayecto y, a fin de cuentas, el inicio de una historia que aún perdura.


NOSTALGIA DEL AYER

Hoy, las cosas han cambiado bastante: nuestro Lechero ya no despierta el asombro de nadie, a excepción de los turistas que se aventuran a montar en él. Actualmente, subirse a este tren resulta interesante, pero lo fue mucho más en el pasado, cuando las anécdotas simpáticas, y no tan simpáticas, se sucedían una tras otra. De todas ellas sabe mucho Mariano García Rodríguez, el hombre que durante veinticinco años fue dirigente del Servicio Gastronómico de Atención al Viajero.

Este cubano, que está a punto de publicar un libro de historias y anécdotas sobre el ferrocarril, nos cuenta el sofoco que "pasamos pasajeros y empleados el día en que una res brava se puso a tomar el sol atravesada en las vías.No había forma de sacarla de allí, y eso que la zurramos con ganas. Estuvimos varias horas hasta que al final -cuando ella quiso, claro- se movió ...". Mucho más grave fue cuando el ferrocarril quedó varado en medio del camino por culpa de un fallo mecánico. "Decenas de esclavos tuvieron que moverlo a golpe de empujón, con tan mala fortuna que, cuando estaban a punto de superar la colina, el tren se deslizó hacia atrás y varios de ellos murieron...". Hoy es difícil que estas cosas sucedan, ya que hace muchos años se prohibió cruzar o andar por las vías, montar a caballo en sus cercanías o amarrar animales a los carriles, algo muy frecuente hace algún tiempo y que fue causa de más de un disgusto ferroviario.


UN SIGLO Y MEDIO DESPUÉS

Aquella línea inicial que unía La Habana con Bejucal y que, un año después de su inauguración, se amplió hasta San Julián de Güines para cubrir un tramo total de 30 km., llega hoy hasta Cienfuegos y atraviesa 297 Km.. Subirse a este tren es un acierto, siempre y cuando el viajero tenga la virtud de la paciencia y una buena forma física: es muy posible que después de una larga espera en el andén tenga que realizar parte del trayecto de pie. Todo esto me lo cuenta Julián Moro, un nativo parlanchín que, a cambio de unos pesos, me ha prometido viajar conmigo y contarme la vida y milagros del Lechero centenario.

Desde las siete y media de la mañana, la Estación Central de La Habana es un hervidero. Se escuchan risas, gritos, discusiones...; el ambiente huele a tierra mojada, sudor y bocadillo de pasta, una especie de carne picada tan rica como inclasificable; se ven familias enteras cargadas de bolsas y maletas, niños que corretean por la estación y esculturales cubanas que me recuerdan que aquí la belleza es más brillante que en cualquier otro lugar... Todos esperan el tren (1a llegada está prevista para las 8 horas) y confían en encontrar asientos libres, algo relativamente sencillo para los pasajeros que se suben en La Habana y tremendamente difícil para los que lo hacen en Luyano u otra estación posterior.

           

          

Antes de que se abran las puertas del tren, Armando Moré, el interventor, comprueba que los billetes se corresponden con la identidad de cada viajero y que los turistas no han sido víctimas de un - llamémoslo - timo habitual. A saber: el billete cuesta 14 pesos (unas cien pesetas) que, con más frecuencia de la debida, se convierten en 14 dólares (alrededor de 2.000) cuando el pasajero es un turista. "Hay que estar en todo, aquí la gente inventa porque la vida no es fácil y la imaginación te ayuda a sobrevivir", justifica el interventor.


TODO SE VENDE, NADA SE COMPRA

      El tren se pone en marcha y todo transcurre con calma hasta la llegada a Luyano, aún dentro del término municipal de La Habana. Aquí se sube un hombre que, al grito de "maní, maní”, nos mete por los ojos ramilletes de cacahuetes. Después, un segundo vendedor se pasea por los coches provisto de un termo de café mientras vocea lo más alto que puede "una taza rica y caliente por un peso". Luego llega un tercero que vende bolígrafos y jabitas (bolsas de supermercado vacías), y aún un cuarto y un quinto que ofrecen "caramelos, caramelos" y “qué rico está, qué rico está el perfume de botellón", esto es, unos botecitos de fragancias que se venden a cinco pesos el par. Está mal decirlo, pero a estos comerciantes lo mismo les daría ofrecer una vaca que un ternero, ningún pasajero les hace caso, y eso que se desgañitan para hacerse oír. Nadie, absolutamente nadie, ha abierto el billetero para adquirir mercancía, y a uno se le encoge el corazón viendo cómo bajan del tren con el gesto torcido y -supongo- los bolsillos vacíos.

Esta escena es seguida con avidez por un imponente mulato que se enjuga con un pañuelo el sudor de la frente. "Un muchacho corpulento, ¿verdad? Pues antes esto era lo peor que le podía pasar a uno", cuenta mí amigo y guía cubano. "Verás -prosigue-, ese apacible y corpulento ciudadano habría sido objeto de interés entre los terratenientes de Cienfuegos, quizás los más severos de Cuba. Ellos fueron quienes dividieron en dos bandas los tradicionales paseos cubanos: blancos por un lado y negros por otro; ellos por la sombra y nosotros por el sol".

Lo cierto es que aquella época debió ser terrible: el apartheid llegó en Cienfuegos a tal extremo que cada sábado era habitual ver en la plaza más céntrica de la localidad a mujeres blancas y negras bailando al son de una orquesta caribeña, separadas unas de otras por una cuerda que no podían franquear. Hoy, negros, blancos, mestizos, criollos y mulatos viajan juntos a poco más de treinta kilómetros a la hora en un tren en el que hay vagones marrones, rojos e incluso verdes. Al frente de ellos, una locomotora soviética de tono granate tira tenazmente del convoy sin reparar en la escasez de combustible, en el mal estado de las vías o en el tiempo que le resta hasta poderse jubilar. Pero así es Cuba y así son sus gentes, un pueblo vivo, un gran pedazo de tierra perdido en el Caribe que sabe, mejor que nadie, que su oración ya ha sido enviada, aunque ésta tenga que viajar a bordo de un tren lento que, como El Lechero, va cargado hasta los topes y pocas veces llega a tiempo.

El tren hace el trayecto completo dos veces por semana, y lo más adecuado es preguntar en la estación cuáles son los días previstos, ya que pueden variar de un mes a otro. El precio del billete hasta Bejucal es de unos 14 pesos, y, para no correr riesgos, conviene adquirir los boletos en las taquillas de la estación; los otros centros de venta no son de fiar. Por precaución, conviene estar en el andén media hora antes de la salida, que suele estar prevista a eso de las ocho de la mañana.
El trayecto hasta Bejucal apenas dura una hora, y resulta más que suficiente para hacerse una idea de este emblemático tren cubano. No obstante, es posible llegar hasta Cienfuegos (a 270 kilómetros de La Habana), una ruta que el tren tarda cerca de seis horas en cubrir. En este caso, resulta imprescindible hacer todo lo posible por encontrar un asiento: la falta de aire acondicionado hace largo y pesado este trayecto.
No existe servicio de bar, aunque en su momento si lo tuvo y, además, cuentan que era excelente. Sobra decir que un par de botellas de agua y algún bocadillo contribuirán a hacer más agradable el viaje. También es importante vestir cómodo y optar por los tejidos naturales que facilitan la transpiración.
 

 

 

Locomotora "Northumbrian" de
 Robert Stephenson (1803-1859)
para el ferrocarril de Liverpool
 a Mancherter. Grabado de I. Shaw.


Para más información, contactar con la Oficina de Turismo de Cuba, en Madrid.
 Tel.: (91) 411 30 97.

  

 

 

 
 
  

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